Mexicali, Baja California.- Los ludópatas patológicos, autodeclarados o negados, se saben protegidos; los jugadores de sana diversión evitan confusiones y lenguas viperinas. El interior de estos locales, la mayoría de ellos dignamente presentados (dos que tres no le piden nada a uno de Las Vegas) están dotados con la infraestructura de seguridad más avanzada que haber pueda en Mexicali.
Cámaras ocultas por todas partes, algunas en los lugares menos imaginables, captan todos y cada uno de los movimientos de la concurrencia. Los comportamientos dudosos, la trayectoria inusual, la conducta singular y la actitud sospechosa son detectadas por los encargados del monitoreo, de donde pueden derivarse acciones que pueden incluir la expulsión de un individuo, sea hombre o sea mujer. Esta situación despierta inconformidades muy adecuadas para discusiones subjetivas.
Estos lugares generalmente cuentan con un equipo de guardias, algunos vestidos como ejecutivos, de traje formal y encorbatados y en otros con uniforme a la usanza policíaca.
El sistema incluye la "personalización" de las tarjetas de débito a las que se les carga y recarga el dinero de la apuesta. El trámite incluye la presentación de la credencial federal de elector con los datos elementales que implica, así como un número de teléfono. Este es utilizado generalmente para enviar mensajería de publicidad, especialmente en promociones.
"Con esto te tienen bien "plaqueado" comenta un cliente.
Es posible que los empresarios obtengan información de "inteligencia" con infiltrados entre los "malandrines", que de los más diversos niveles, apariencia y sexo, acuden al casino atraídos por la materia central de esta parafernalia: el dinero. La mayoría de éstos, sin embargo, no pueden negar su irrefrenable afición al juego... y los mantiene como personajes fijos de esta realidad humana.
Apegándose a sus muy estudiadas artes del convencimiento, al influjo de su atractivo o a sensuales y provocadores ofrecimientos, algunas féminas obtienen los recursos suficientes para divertirse, gozar... y hasta para mantener a su familia. Esto ocurre especialmente con aquellas que, a sus encantos, añaden inteligencia.
Una de ellas, que -platicó-- vivía en una colonia de Los Santorales tenía que levantarse a las 04:00 horas, preparaba el desayuno de sus niños, se arreglaba y tomaba el camión para trasladarse a una maquiladora del otro extremo citadino, donde le pagaban menos de 800 pesos a la semana.
Asegura que ahora en promedio gana mucho más, se divierte y a veces hasta goza.
Pero no niega que ha sentido "andar por los suelos".
No falta quienes se acerquen al jugador novato y le hagan recomendaciones, sugerencias o de plano le aseguren sobre la forma y la máquina para ganar. Si aquél les hace caso y el azar es favorable, produciéndose jugadas ganadoras (¡big win!, ¡hudge win!, ¡super mega big win!, ¡outstanding!, "¡terrorífic!, ¡bingo!...) el "orientador" exclamará: "¡Te lo dije!", y esperará una recompensa, incluso a veces exigida.
La pregunta es: si ellos saben qué máquina "dará" y cómo manejarla, porqué no la juegan.
Si alguien supiera el secreto para ganar siempre, estaría millonario.
"¡Juéguele con fe!", "El optimismo es el amigo del ganador" y otras frases por el estilo suelen aconsejarse a los jugadores, pero si la suerte no está de su lado poco importa su actitud. Hay quien llega con la depresión propia de la ludopatía, desanimado y exangüe, y sorpresivamente un comportamiento positivo del azar lo hace ganador.
Si las jugadas son excepcionales, que siempre las habrá, los aparatos despliegan en la pantalla un espléndido espectáculo festivo de luces y sonido, con escenas de monedas o billetes como manados de un volcán, celebrando la suerte del ganador. Mientras, muchos curiosos, unos envidiando, otros bendiciendo y los más esperando que aquél "se moche", se acercan optimistas desviviéndose en elogios y sonrisas.
"¡Ya la hicimos!", grita algún amigo del afortunado.
Un jugador nos comenta su teoría: "Los casinos programan un gran porcentaje de sus máquinas para ganar ellos, pues son negocios; un pequeño porcentaje de aparatos da para que la gente se entretenga o gane moderadamente y una que otra máquina es programada para dar ganancias espectaculares que, de acuerdo con el normal comportamiento del azar, corresponden a quienes a través del tiempo han perdido mucho más.
"La suerte es que te encuentres la máquina programada para 'dar' . Algunas que han 'dado' mucho, las 'amarran' y el que un día se 'cuajó' (ganó mucho, según el argot) otro día pierde más, pues insiste en ganar como antes".
Parece tener sus preferidos
El verdadero ludópata, el que siente atracción irrefrenable, seguirá jugando y quizá ganando, pero tarde o temprano el ciclo cambiará. Termina su dinero y consigue de donde puede y como puede. Si evidencia no traer dinero y deja de jugar es posible que, triste y derrotado, un guardia lo acompañe a la salida.
Aarón Gutiérrez, el único ludópata que aceptó la difusión de su identidad, iba saliendo de un casino cuando fue abordado por una amiga.
-Hola ¿Ganaste?-, pregunta ella.
-Sí-
--Préstame algo para jugar-
--No traigo-
--¿Cómo, no me dijiste que habías ganado?-
--Sí, pero no preguntaste que si perdí-
Al ser cuestionado sobre si acude a relajarse, como mucha gente dice que a eso va, contesta:
"¿Alguien puede relajarse cuando la maquina está entregándote una fortuna, con todo el ruido que hace? Es estresante, sobre todo, apostar más y más y ver cómo aquella cantidad de varios ceros disminuye hasta desaparecer".
Considera que la mayor ventaja de un ludópata es tener conciencia de lo siguiente:
Saber que al casino se va a jugar y que jugando se gana o se pierde y que hay que aceptar el resultado con filosofía. Este joven confiesa que algunas veces tiene "corazonadas" que accionan su adrenalina y juega... ¡hasta perderlo todo!
Ciertamente Gutiérrez ha salido del casino con algo de dinero e incluso es posible que con mucho, pero entre los adictos al juego no es aconsejable presumirlo.
En los casinos la inocencia no es recomendable.
Si bien las apariencias engañan, no falta quien engañe a las apariencias.
Con buena suerte, la ignorancia puede transitar a salvo.
Gutiérrez lamenta que "el azar parece tener sus preferidos".
El dinero causa pugnas
El dinero o el comportamiento de la suerte, puede ser motivo de pleitos y de amistades conclusión.
Esto es un ejemplo:
Dos jóvenes maestros que se profesan una gran amistad entran a un casino. Uno lleva 1 mil 400 pesos y otro sólo 400.
Se concentran en el juego y finalmente el primero se le presenta al segundo, diciéndole que ha perdido sus 1 mil 400 y pidiéndole 100 pesos prestados.
El maestro que había comenzado con 400 pesos tiene ahora en la maquinita 4 mil 800 pesos. Los saca, cambia y hace el préstamo, al que le sigue otro por la misma suma.
Finalmente el maestro que había llegado con la mayor cantidad de dinero y la perdió toda, incluyendo los préstamos, solicita a su amigo 50 pesos para el taxi. Tenía que trasladarse desde la Justo Sierra, cerca de la línea internacional, hasta Los Virreyes.
Recibe los 50 pesos y momentos después, para variar, llega con su amigo para espetarle: "Me la rifé con los 50 pesos y perdí...".
El rostro de su amigo se sonroja, su carácter se vuelve áspero. "¿Y quieres que te dé más? Los 50 pesos que te di eran para el taxista; la opción de 'rifártela' fue tuya y debes asumir la responsabilidad. ¿Qué culpa tienen los demás de una decisión tomada por ti?"
El interpelado hace pucheros y se va.
"¡Recarga!"
"¡Recarga!", "¡Recarga!", es un grito común de jugadores.
Jóvenes rigurosamente uniformados -hombres o mujeres-acuden al llamado de quien ha perdido alguna cantidad y quiere recargar para seguir "invirtiendo".
El casino es un territorio propiedad de la suerte.
Al comprar crédito en las cajas o al recargar en los pasillos, los (las) recargadores siempre dicen: "¡Suerte!".
"¿Buena o mala? ¿Buena para el casino y mala para mí? ¿Buena para mí y mala para la casa? ¿Qué suerte me desean?", se pregunta un jugador. "Si tengo buena suerte no necesito que nadie me la desee", agrega.
Al cruzar el umbral del establecimiento y una vez adentro la denominación de un billete no es tan valedera como el resultado de su proceso en el camino del azar.
"Cierta vez le regalé un 'ticket' (ya no los hay; fueron sustituidos por tarjetas) de 20 pesos a una amiga. Lo recibió molesta porque era muy poco. Lo anotó en la máquina y comenzó a jugar. Tres horas después andaba como loca por todo el casino, buscando el ´ticket´, pues sin él no podría cobrar la ganancia. Los 20 pesos se habían convertido en 3 mil pesos. No encontró el comprobante, no pudo cobrar. El azar había jugado cruelmente con ella. ¿Tuvo que ver la actitud de desprecio con la que recibió el documento inicial? ", se pregunta otro jugador.
Continuará...